El
Grial y el Islam en el Temple.
(I
parte)
Mª
de las Mercedes Yzquierdo Muñoz
(Todos los derechos reservados)
Este artículo fue incluído en el ESPECIAL DE LAS DAMAS TEMPLARIAS
Revista gratuita online de la Hermandad Soberana de Damas y Caballeros del Temple OSMT.ESPAÑA, de periodicidad trimestral con tres números Especiales al Año, este número es el Especial de Julio del 2015
Siempre ha sido
controvertida la relación entre el Temple, el judaísmo y el Islam.
Las palabras de Juan G.
Atienza, resumen bastante bien el espíritu de este artículo:
«El temple se creó, como
tal orden en oriente. Pero fue creado allí, conscientemente, por enviados
especiales de occidente que iban a Tierra Santa en busca de las fuentes
ancestrales del conocimiento, conocidas –o más bien sospechadas- a través del
simbolismo críptico de los libros sagrados (…) Una vez allí, embebidos de las
raíces aún más remotas de esas fuentes que buscaban , gracias al contacto con
grupos paralelos musulmanes y judíos, continuaron su búsqueda en las tierras
donde tenían que encontrarse los orígenes de aquel saber bíblico que habían
captado. Con toda la fuerza de su potencia económica y política fueron
consiguiendo sistemáticamente la posesión de aquellos territorios en los que,
bajo las más diversas apariencias, se hallaban las claves primeras – y las
últimas por tanto- de su búsqueda».[1]
En su momento, René
Guenón escribió lo siguiente:
«En el seno de una misma
organización –aclara Guenón- puede existir, de alguna manera, una doble
jerarquía, y esto más especialmente en el caso en que los jefes aparentes no
son conscientes de la unión a un centro espiritual; podrá haber entonces, fuera
de la jerarquía visible, otra invisible en la que los miembros, sin desempeñar
ninguna función oficial, serán sin embargo quienes asegurarán realmente, por su
sola presencia, el lazo de unión efectiva con ese centro. Estos representantes
de los centros espirituales, en las organizaciones relativamente exteriores
(como lo fue, sin duda alguna, el Temple por ser guardián en Tierra Santa), no
tienen por qué darse a conocer como tales, y ellos pueden tomar la apariencia
que convenga mejor a la acción de presencia que deben ejercer, aunque sea como
simples miembros de la organización si han de jugar un papel fijo y
permanente».
Los
templarios fueron guardianes de Tierra
Santa, como muy bien explicó René Guenón. En Tierra Santa, se comprometieron
con el descubrimiento del Santo Grial en la infinita variedad de sus formas y
fue de sus maestros asiáticos, especialmente sufíes de quienes aprendieron que
el Grial no sólo era el Cáliz de Cristo, sino una multitud de manifestaciones
incluida la del linaje de Jesús. Los caballeros se hicieron adeptos al Santo
Grial, al manejar con fluidez la lengua árabe y al poder traducir los rollos de
sabiduría oculta que poseían los maestros sufíes y que se relacionaban con los
misterios del Grial. Los maestros sufíes eran aptos para enseñar temas
espirituales en profundidad incluidos los misterios cristianos. Y de esta forma
encontramos al maestro templario Philip de Nablus que fue educado por maestros
islámico en Siria. Fue precisamente esa visión de igualdad de los sufíes la que
se transmitió al Temple. Una de las escuelas más eclécticas fundadas por los
sufíes en Oriente Medio fue la ijwan- al-safa, la Hermandad de Bosra, fundada
hacia el 959 en Siria con la intención de unir la ciencia árabe, con el
misticismo islámico, griego, persa, hebreo, chino e hindú. Estos sufíes fueron
conocidos como «filósofos de la pureza», recogieron toda la sabiduría que el
Imperio musulmán pudo ofrecerles que recopilaron en una colección de 52
epístolas, que sirvieron como cimiento a multitud de escuelas en Oriente Medio,
África, y España. Ángel Almazán, nos explica que ya en 1065, se enseña sobre
ese corpus hermético, en al-Andalus:
«Los
esoteristas templarios debieron de tener en sus manos los cincuenta y
dos tomos de las exotéricas y esotéricas Epístolas o Enciclopedia del grupo
iniciático ismailí del siglo X, denominado Hermanos de la Sinceridad o de la
pureza, enciclopedia que difundió Maslama Al Majriti (el Madrileño) en Al
Ándalus hacia 1065, y que, como destaqué en Esoterismo templario, incluyó
especialmente en las cofradías de constructores de origen musulmán, tan
presentes en el románico español –algunos drusos pasarían a formar parte de las
cofradías protegidas por el Temple (….) No es probable que el esoterismo judío,
la Kabbalah, ejerciera una influencia en el Temple, en contra de lo manifestado
por diversos autores, entre ellos, Juan García Atienza. Ello se debe a una
cuestión cronológica, puesto que la Kabbalah resurge en la Edad Media casi en
el último tercio del siglo XIII, arrancando con el Zohar, escrito, como se ha
dicho, en torno a 1270 en Guadalajara. Esta vivificación del esoterismo judío
surgió, tal y como reconoce incluso el místico judío Gerschom Scholem
(1897-1982), debido a la influencia de la Ciencia de las Letras (Ilmul Huruf)
del esoterismo islámico, tan presente, asimismo, en las Rasail Ifwan As Safa
(Epístolas de los Hermanos de la Sinceridad).»
El
esoterismo cristiano medieval durante siglos bebió de obras neoplatónicas
cristianas como las de Dionisio Areopagita, o los textos atribuidos a San Juan
(Evangelio y Apocalipsis), así como del hermetismo; El esoterismo de los sabeos
de Harrán –secta gnóstica que existía en los primeros siglos del Islam tuvo
como puente a Al Ándalus. [2]
Asín
Palacios explica que el corpus de todas
estas doctrinas contenía a Plotino, Pitágoras,
textos neoplatónicos, cristianismo gnóstico, etc. Y de este corpus,
saldrá Maslama al-Mayriti, astrónomo, matemático, alquimista y sufí madrileño,
cuya obra las Ciencias de las Letras,
será capital para la creación de la Cábala, el propio Scholem, reconoce que fue el
contacto e intercambio espiritual entre judíos y musulmanes el que permitió el
nacimiento de la Cábala. Y también es importante la influencia de la metafísica
de Avicena, la filosofía de Averroes y el misticismo del sufí Ibn Arabí. En la
Península tuvieron su influencia, los Hermanos de la Sinceridad, de los que
dice Ángel Almazán (Epístolas de los
Hermanos de la Sinceridad).[3]
«Los hermanos a los que hace
referencia la Enciclopedia debían ser fieles en su corazón a la verdadera
«sabiduría», para lo cual se requiere absoluta sinceridad con la luz del saber.
Su finalidad era la liberación espiritual… los pilares fundamentales de su
saber son la ciencia de la Unicidad Divina y de la creación dimanante de ella y
el conocimiento de los únicos posibles leales guías: los miembros de la familia
del Profeta (Fátima y los imanes). De este modo, la sabiduría encerrada en la
Enciclopedia es alimento para el espíritu y una luz del alma. Pero sólo para
los que están preparados para ella»
El
núcleo central más filosófico de esta doctrina es que todo cuanto existe
procede del Uno original y a El retornara. Idea expresada en el Ouroboros,
figura alquímica por excelencia.
El
Islam, junto al judaísmo y el cristianismo, es «una religión del libro». Dios
se manifestó a través de su mensajero, el Arcángel San Gabriel, que dictó al
Profeta su palabra divina. Pero ya desde el comienzo del Islam, Alí su yerno
dijo «no hay versículo coránico que no tenga cuatro sentidos: el exotérico
(zâhir), el esotérico (bâtin), el límite (hadd) y el proyecto divino (mottala).
El exotérico es para la recitación oral y el esotérico es para el conocimiento
interior.
Una
de las corrientes esotéricas es el ismailismo, que se dividió en el de oriente
que estaría representado por los asesinos de Alamut que serían los persas, y
los occidentales que habitaban Egipto y el Yemen.[4]
Para
los ismaelitas, el imán es un «templo de luz» puramente espiritual. Su imanato
es el corpus mysticum constituido por todas las formas de luz de sus adeptos.
En Alamut, se fue más allá y se proclamó la Gran Resurrección, el advenimiento
de un puro islam espiritual, liberado de la sharya (ley islámica) que haría
descubrir y vivir el sentido de las revelaciones proféticas. Cuando Alamut es
tomada por los mongoles en 1251, no termina este movimiento sino que se
perpetuó disfrazado en las cofradías sufíes.
La
filosofía ismaelita se resume en estas palabras:
«El imán ha dicho: Estoy con mis
amigos en todo lugar en que me busquen, en la montaña, en la llanura, y en el
desierto. Aquel a quien yo revele mi esencia, es decir el conocimiento místico
de mí mismo ya no necesitará una proximidad física. En eso consiste la Gran
Resurrección».
Estas
palabras entroncan con la imagen fabulosa del imán oculto asociado al mito
escatológico del Mahdi (Guía). El Mahdi, para la mayoría de los iniciados es Aisa
(Jesús). El ocultamiento y la reaparición del Mahdi al final de los tiempos
desempeñan un papel principal en la escatología del Islam. Los kaisaniyas,
tienen como Mahdi a Mahoma, que sigue vivo en un sueño aparente en su tumba del
monte Radwa. Surgirá cuando la degeneración de los hombres llegue a su cota más
alta, en unos tiempos plagados de catástrofes, después surgirá la luz y la paz.
El
sufismo, representa la parte más mística del Islam y su tradición más
esotérica. Esta tendencia mística y ascética ya estaba perfilada en los inicios
de la época Omeya y muchos fieles se sintieron decepcionados de que los califas
sólo estuvieran preocupados por la expansión del imperio. La dimensión
esotérica del chiismo (batín) fue identificada en la sunna con el sufismo-La
vía sufí, precisa de un maestro, discípulos y una larga instrucción. La
veneración por el maestro pronto derivó en un culto a los santos. Esto hizo que
los sufíes fueran tomados por herejes por algunos teólogos ortodoxos. En el
sufismo es patente la influencia maniquea, cristiana gnóstica y el neoplatonismo
A partir de la ejecución de algunos maestros, los sufíes comenzaron a comunicar
sus experiencias y concepciones tan solo a los discípulos seguros y en un marco
restringido de iniciados. Los maestros sufíes al par que eran odiados por los
ulemas eran amados por el pueblo que acudía a sus conciertos espirituales
públicos. Pronto se hicieron populares sus cantos religiosos, su música
instrumental (flautas de cana, címbalos, tambores) la danza sagrada, la
repetición incansable del nombre de Dios emocionaban al pueblo como a los
iniciados. Como digo es fundamental en el simbolismo sufí, la música y la
danza. La plegaria sufí, el dhikr, se asemeja al monologisto bizantino que repetía constantemente el nombre de Dios
o Jesús. A partir del siglo XII, a la música, danza, y el Dhike, se alía una
fisiología mística, y un tipo de yoga (posturas corporales específicas,
disciplina de la respiración, manifestaciones cromáticas y acústicas, de
probables influjos hindúes.
Uno
de los maestros ejecutados fue Hallaj, uno de sus acusadores escribió:
«Hallaj sostuvo hasta su
muerte que quien doma su cuerpo por la obediencia a los ritos, ocupa su corazón
en obras piadosas, sufre las privaciones de los placeres y es dueño de su alma
al prohibirse los deseos y se eleva de ese modo hasta la situación de los que
se aproximan a Dios y sigue purificando
su esencia y naturaleza, desciende sobre él el Espíritu de Dios del que nació
Jesús, hijo de María. Se convierte en aquel a quien toda cosa obedece por obra
de Dios ya que cualquier acto suyo es venido de Dios».
Por
su parte el mayor maestro del sufismo fue Ibn Arabí, español nacido en Murcia
que dejó claro que el sufismo y la experiencia mística es algo a sentir por uno
mismo y que es inútil explicarlo pues no se puede llegar por deducción, es un
conocimiento sublime que no puede estar al alcance de todos los hombres. Esto
se debe a su dificultad y riesgos. Para Ibn Arabí, la imaginación creadora y el
amor, son las formas latentes que se reflejan
y se proyectan en lo ilusorio para que Dios pueda percibirse como
objeto. El hombre perfecto es masculino, representa el cielo y la palabra de
Dios y es femenino ya que representa la tierra y el cosmos. Por su parte
Sohrawardi, recupera la teosofía oriental de la Antigua Persia, y es el místico
de la Luz. Terminamos este pequeñísimo resumen, con Rumi, el mayor poeta de lo
divino en el Islam que dijo «en las cadencias de la música se oculta un
secreto, si yo lo revelara, el mundo resultaría trastornado (…) todos hemos
formado parte del cuerpo de Adán, y todos nosotros hemos escuchado esas
melodías en el paraíso. A pesar de que
el agua y la arcilla hayan vertido en nosotros la duda, aún nos acordamos un
poco de todo aquello». Para los sufíes sus danzas sagradas son un eco de las
danzas de los ángeles y sus movimientos son un reflejo cósmico y teologal.
EL
TEMPLE Y EL ISLAM
En numerosas
ocasiones fueron acusados los templarios de haberse convertido al Islam.
Incluso hay autores que ven una relación entre el misterioso «baphomet» con «Mahoma».
Y si bien todo apunta a que es injusta esa acusación, si es verdad que más de
una vez confraternizaron con aquellos musulmanes que consideraban como «infieles»
a los cristianos. ¿Cómo podía ser aquello?
«…el papel providencial
del Islam con respecto al cristianismo en su verdadera perspectiva. Si fueran
necesarias más pruebas de ese papel, recordaríamos los viajes a tierra islámica
(Siria, Arabia, Egipto…) de Christian Rosenkreutz el fundador de los rosacruces,
herederos espirituales del templarismo, viajes en los que René Guenón, en un
pasaje ya citado, veía precisamente la confirmación de un acuerdo entre los dos
esoterismos, cristianos e islámico, para el restablecimiento de las
organizaciones iniciáticas de Occidente después de la destrucción de la Orden
del Temple».[5]
Desde el comienzo de la Orden, el Temple supo distinguir
entre arrasar-conquistar y ocupar un territorio. Para lo segundo hay que
respetar la población local. El respeto trajo, las ganas de ahondar en la
cultura local, y esto al igual que el clima comenzó a provocar cambios en la
forma de vida. Pronto lo Grandes Maestres del Temple, empezaron a tener
secretarios y ayudantes musulmanes. Comenzó la fascinación por la poesía, la
astronomía, la medicina, las matemáticas, el álgebra, la física, la agronomía,
la óptica, la filosofía… los templarios no dejaban de tener contacto con lo
mejor de la cultura árabe en Tierra Santa y en España. Aquel respeto por los
musulmanes no era compartido por los cruzados recién llegados a aquellas tierras y de ellos, de aquellos
hombres incultos y toscos, que llegaban de Occidente, surgían las acusaciones.
Una
cosa llevó a la otra y el derecho musulmán empezó a sustituir los juicios de
Dios que se practicaban en Europa. Los juramentos se hacían sobre textos
cristianos, judíos y musulmanes, en latín, griego, árabe, o hebreo. Los
cruzados se casaban con musulmanas y los hijos eran llamados «potros», los
templarios tenían en sus filas, tropas auxiliares musulmanas llamadas «turcópolos».
Este
texto del emir Usama, cuando fue a visitar a Foulques de Anjou, explica la
situación mejor que mil explicaciones que yo pueda dar:
«Entré en la mezquita de
El-Aksa que estaba ocupada por mis amigos los templarios. Al lado había una
pequeña mezquita que los franceses habían convertido en iglesia. Los templarios
me habían asignado esta pequeña mezquita para mis oraciones. (…) Un día un entré
en ella, glorifiqué a Alá. Estaba recogido en mis oraciones, cuando uno de los
franceses se abalanzó sobre mí, me agarró y volvió mi cara hacia Oriente
diciendo, ¡Es así como se reza! Un grupo de templarios se precipitaron sobre
él, le aferraron y le expulsaron. Se excusaron conmigo diciendo: «Es un
extranjero que ha llegado en los últimos días del país de los francos. Jamás ha
visto orar a nadie que no esté de cara a Oriente» Yo respondí: «Ya he orado
bastante por hoy». Salí asombrado de lo descompuesto que tenía el rostro aquel
demonio, de cómo temblaba y que impresión tenía por ver a alguien rezar vuelto
hacia la Kaaba».
Este
texto habla mejor que ningún otro sobre el respeto y la tolerancia del Temple
con el Islam, fuera del campo de batalla. Según se van estudiando y traduciendo
textos cada vez es más patente el intento del Temple de hacer las paces con la
gente del Islam, de buscar esa sinarquía universal y contar con un ejército de
sufís y templarios.
En
España eran muy abundantes los ribats[6] , ¿Pudo ser España el
lugar de origen de esa corriente islámica en el temple? En España, justamente cuando nace el Temple,
conviven en ciudades como Toledo, Córdoba, etc., las Tres Culturas. Eran los
templarios que procedían de España, los que sin duda conocían la forma de orar
de los musulmanes, su filosofía y religión de forma profunda. Muy seguramente
el Círculo más esotérico del Temple tuviera su origen en estos templarios
peninsulares que hablaban perfectamente árabe, como lengua culta y que les era
propia.
Antes
de la expansión del Islam, en Oriente existía una tradición caballeresca, que
se llamaba Yaw an mardi, sus
principios eran el auxilio a los necesitados, la compasión, la generosidad, el
honor, la humildad y el sacrificio. Estos principios se adaptarían a la
doctrina sufí que surgiría precisamente en al-Andalus. Esta práctica
caballeresca era el cimiento fundamental de los ribats que abundaban en tierras
hispanas, sus caballeros eran como monjes. El sufismo tomó de la Yaw an mardi,
esa vía interior de espiritualidad, y que al exterior expresa una ética
caballerosa. Además el sufismo bebe de fuentes cristianas por lo
que se considera casi herético dentro del Islam. Bebe del cristianismo
gnóstico, y la filosofía hebrea, incluso hay en él, notas del zoroastrismo, y maniqueísmo.
Además
de en España, el Temple se encontró en Siria, cara a cara con el sufismo, y el
hashish. Era allí en Biblos, donde se fabricaba el papel con cáñamo, y allí se
extraían harinas, aceites, y se había utilizado desde tiempos inmemoriales para
prácticas terapéuticas y religiosas, desde ritos chamanicos simples a
ceremonias complejas, persas y brahamanicas. Los árabes conocieron las virtudes
del hashis por los escritos griegos de autores como Galeno, y ya en el siglo X,
por la traducción de un libro titulado «Agricultura Nabatea» que fue escrito en
arameo. Mamad Ibn Rustum al Isirdi,
escribió en el siglo XIII: «El hachis es
el secreto con que el espíritu se eleva hacia los más sublimes lugares, una
ascensión celestial de un espíritu libre de ataduras corporales y mundanas».
. Los asesinos colaboraron
en más de una ocasión con los templarios en Tierra Santa. Y sin duda, ellos
fueron fuente de inspiración para el Temple, incluida la indumentaria.[7]
Otra
facción que conocieron en Tierra Santa eran los drusos, fundados por Hakem,
sexto califa fatimí de Egipto que con su consejero persa Hamza, convirtió a los
drusos del Líbano.[8]
Los drusos para el historiador Michel Lamy, son los herederos de los esenios,
ofitas, y nazarenos. Es una secta que surge en el Líbano, que fusiona
principios pertenecientes al Islam con otros que proceden del cristianismo
gnóstico. Entre estos hablan del origen de la Luz y de las Tinieblas, creados los dos por Dios. Los drusos se dividían en iniciados y legos,
sus preceptos religiosos eran muy sencillos y se basan en renegar del demonio,
amar la verdad y ayudar a sus correligionarios. Sin embargo su filosofía
esotérica es muy compleja y secreta y en ella encontramos que dividen a sus
adeptos en los yakil o combatientes, y a los ancianos o akil. Solamente los
akil tenían el privilegio de la iniciación más secreta. Dicha iniciación se
llevaba a cabo tras tres duras pruebas, la primera era la del ayuno, donde el
neófito después de un ayuno durísimo, era puesto ante una mesa con manjares y
donde no debía sucumbir a la tentación de comer. La segunda era cabalgar tres
días sin parar por el desierto sin beber agua fresca que se le presentaba en
una jarra, y la tercera era pasar una noche ante una bellísima mujer a solas y
no caer en la lujuria. Tras esto se le consideraba akil y podía ser iniciado. Los
drusos creen en la reencarnación y el retorno de Hakem. La secta fue perseguida
en Egipto pero logró sobrevivir en Siria. Se prohibió el proselitismo y se
volvió endogámica y muy secreta practicada en grupos muy cerrados, el de mayor
número es el sirio, seguido del libanes, jordano e israelita, e incluso hay un
pequeño grupo en América. En el drusismo hay igualdad entre el hombre y la
mujer, en el matrimonio y el divorcio, así como en la iniciación. No tienen el
Corán como su libro santo, sino el Libro de la Sabiduría, el cual se forma de
epístolas y escritos de sus líderes. Se someten a su ley propia y no a la saria
o ley musulmana. Son muy solidarios y veraces entre sí, aunque se alaba el
disimulo si es por el bien del grupo. Tanto drusos, como asesinos como nosairianos,
surgen del ismailismo.[9]
Otro
grupo que influyo al Temple en Tierra Santa era los yezidis, otra secta de
inspiración sufí. Estos profesaban un
antiguo culto kurdo reformado por el
sheik sufí Adi en el siglo XI. La cultura yezidi se extendió por Siria, Líbano
e Irak. Esta secta bebió del zoroastrismo, islam, judaísmo, y su principal
deidad era Melek Taus, el ángel pavorreal que no quiso por orgullo arrodillarse
ante Adán y que por ello se convirtió en Lucifer. La historia de Melek Taus es
la base para el Rey Pescador, que también es presa de su orgullo y vive con un
sombrero adornado con plumas de pavorreal, en el castillo del Grial. La
práctica de la cuerda que llevaban bajo sus ropajes los templarios pudo
inspirarse en la cuerda roja y negra que llevaban al cuello los yezidis. Los
yezidis tenían un culto a los ángeles, con veneración a una deidad que era
representada por una espada insertó en la tierra que podría haber inspirado la
espada clavada en la roca de Arturo.
Juan
Vernet, autor de la obra Lo que Europa
debe al Islam de España, dice lo siguiente:
«La enseñanza esotérica del ismailismo
se habría realizado en torno a la exegesis de dos versículos del Corán (24,
35/35 y 23, 20/20), que habrían influido en la temática de las pinturas murales
de las primitivas iglesias de los Pirineos y habría sido la causa de la
infiltración de algunas ideas y arabismos en la Conte du Graal, de Chretien de
Troyes y en el Parzival de Wolfram von Eschembach.»
EL
GRIAL Y EL ISLAM
La
herencia persa del Santo Grial llegada a través del sufismo y de ellos a los
monjes templarios la encontramos en la propia estirpe del Rey Pescador, que
dice en Parsifal descender de Mazadán, nombre persa ligado a Mazda (Ahura
Mazda) la gran divinidad persa, también jugaría con la palabra Yazadan (dios).
Otro nombre de origen persa es Parsifal, o Parsival que significa en persa
«destino».
El
hermano de Parsifal, Feirefiz, también es de origen persa y su padre que se
llama Gamuret, podría venir de Gayomart,
el primer hombre que aparece en el Avesta. Flegetanis en persa,
significa: familiarizado con las estrellas, y la palabra gohar que podría
asemejarse a Grial, jugando con la castellana crial-copa, significa «piedra
preciosa».
En
la obra «De Escitia a Camelot»[10], los autores sostienen
que el Ciclo Arturiano y del Grial, son de origen escita, fruto de migraciones
de alanos que llegaron a Europa. Para
ellos no hay duda de que Parsifal es una adaptación del cantar de gesta
iraní «Barzu-Name» y Monsalvat, no es otra cosa que sal-wadshe, lugar sagrado
en persa. Si esto es así la gesta comenzó 1200 años a.C y terminó llegando a
Toledo de manos de los árabes, y de allí pasó a Maguncia donde la conoce
Wolfram von Eschembach. El cual deja claro que la estirpe de los guardianes del
Grial surge de la unión de las familias de Oriente y Occidente.
Arthur
Edward Waite, nos habla del Grial sumerio, una copa cuyo fragmento fue llevado
a la Universidad de Pensilvania por el doctor Waddell, fue descubierto en el
más antiguo templo del sol en Mesopotamia, donde lo escondió el rey Udu de
Kish, el «rey de la vasija escondida», este era bisnieto del primer rey sumerio
Dur, que robó el cáliz a los aborígenes caldeos que adoraban a la serpiente
cuando sustituyó el culto serpentino por el solar. Tras sustraerlo grabó su
genealogía en la vasija.
Otro
de estos cálices orientales es el de Jami-Jamshid, o copa de Jamshid encontrado
por el mítico rey persa Jamshid, el cual estaba hecho de turquesa y contenía el
néctar de la vida, podía revelar el futuro y transformar al ser humano en
inmortal. Este rey debió vivir hace 20.000 años, según la leyenda.
La
piedra del cielo de la que habla Wolfram von Eschembach hace referencia al
elixir alquímico de los sufíes, aparte de la esmeralda de Lucifer.
Del
Grial, se dice que reside en un templo octogonal, y el ocho en el islam, es un
número alquímico que representa la iluminación, y la unión de la Tierra y el
Cielo y está representado en el cubo y en la Kaaba, en la que Shah incorporó en su estructura 31 hileras de
piedra y madera, para añadir después dos más que simbolizan la Tierra y el
Cielo. De este modo eran 33, el número de la iluminación.
Una
de las leyendas islámicas más interesantes es la que habla de que el Paraíso
podía estar en otra dimensión.
Los
musulmanes además del cubo de la Kaaba, tienen otro octágono sagrado y ese es
la even ha´shettiya o el Domo de la Roca, la «piedra fundamental». En esa roca Abraham
hizo el intento del sacrificio de Isaac y es el lugar donde Mahoma ascendió a
los cielos. Este lugar perteneció al Temple, los cuales fueron iniciados por
los sufíes en sus claves. Según ellos este lugar es el centro espiritual de la
Tierra, es el axis mundi por excelencia, es una escalera para trascender a la
divinidad y este lugar fue utilizado por Salomón como piedra fundacional del
Templo. El valor alquímico de este lugar como lugar de la polaridad universal
fue conocido por el califa Abd al-Malik que construyó el Domo octogonal para
intensificar su poder. Los monjes sufíes que iniciaron a los templarios en los
misterios de los colores y símbolos del Domo, pertenecían a la logia
constructora llamada Al-banna[11], tras ser iniciados por
ellos, los templarios construyeron templos octogonales en determinados lugares.
Esta logia también les habló de al-Khadir el Rey del Mundo, el Hombre Verde, el
rey sacerdote Melquisedec. A la experiencia del Khadir se llegaba a través del
hashis y ya en su momento Juan G. Atienza, relacionó como posible uso de las
linternas de los muertos de algunos templos octogonales del Temple, como
lugares de iniciación de inspiración islámica. Tras el enigma del Khadir, se
haya la palabra Khadar, palmera. La
palmera simboliza la Baraka o fuerza vital para los árabes y esa misma raíz
«khdr», está relacionada con el khudrat, el mar, o el agua de la vida.
6Según
el sufí Idries Shah, la noble Orden de la Jarretera era una copia de la Orden
de San Khadir, de Oriente Medio, en su manifestación como Akhadar, el espíritu
de la caballería. Para Shah, no había duda, la Orden de Khadir, fue la Orden de
los Guardianes del Santo Grial que supervisaron los sufíes, que dividían cada
grupo en 13 participantes, llamados halkas. La Cruz roja con la estrella de
ocho puntas, de la Orden de la Jarretera copió incluso este emblema de la Orden
Khadir.
El
Khadir, era el iniciador, como encarnación de la fuerza vital y guardaba el
secreto del despertar de la kundalini.
Uno
de sus epítetos, era el de «Señor de los Dos Ríos», Khadir es el señor de la
tierra donde dos arroyos de agua se unifican y producen el elixir alquímico
«andrógino». En el cuerpo humano el Khadir, simboliza el poder kundalini, la
energía que asciende por nuestra columna a través de las dos serpientes o
corrientes representadas en el caduceo.
Fue
por el contacto de los sufíes con los maestros hindúes, que conocieron el
tantra y quizás en Oriente pudieron llegar a conocer el texto que Epifanio cita
como las Grandes cuestiones de Maria,
donde se decía que Jesús y María practicaban el tantra.
La
transmisión de la Baraka, se podía hacer por el tacto, mantra, un beso o
pensando en ello. Los sufíes pudieron transmitir la Baraka (kundalini) en un
agua bendecida o pan bendecido y quizás del secreto de esta transmisión surgió
la leyenda negra de los besos templarios que no eran otra forma de abrir los chacras
a los neófitos. Una vez que la kundalini hubiera ascendido el templario era un
Grial humano
EL
GRIAL EN TOLEDO
Ni
Wolfram, ni Chretién de Troyes ni Roberto de Borón pretenden que su relato sea
original, afirman no haber inventado nada sino haber transcrito fielmente lo
que se encontraba en «un Libro»: . «El Grial es el signo de este Misterio
transmitido en secreto desde la profundidad de las edades»; así, entendemos
que no se refieren a una autoridad particular sino más bien a una enseñanza
única y transmitida por todas las Tradiciones reveladas, las tres herederas de
la gran tradición abrahámica.
«Kyot, el conocidísimo
maestro, encontró en Toledo y entre unos manuscritos abandonados, la materia de
esta aventura anotada en escritura árabe...donde se cuenta que un pagano
(árabe) llamado Flegetanis adquirió un gran renombre por su saber. Este gran
físico (sabio en ciencias cosmológicas) era del linaje de Salomón: sus padres
pertenecían a una familia de Israel, en tiempos remotos... Él es quien escribió
la aventura del Grial. Flegetanis había nacido de padre árabe... Examinando
constelaciones descubrió profundos misterios de los que sólo hablaba temblando.
Decía que existía un objeto llamado Grial. Leyó claramente su nombre en las
estrellas. Un coro de ángeles lo había depositado sobre la tierra y, luego,
voló más allá de los astros... Desde entonces, su cuidado correspondía a unos
hombres convertidos en cristianos por el bautismo y tan puros como ángeles. Los
llamados a custodiar el Grial siempre eran hombres de gran mérito. Así se
expresó Flegetanis. Entonces, Kyot, el sabio maestro, buscó en los libros
latinos dónde podía haber vivido un pueblo lo bastante puro y tendido hacia una
vida de renuncia como para convertirse en el Guardián del Grial. Leyó las
crónicas de los reinos de Bretaña, Francia, Irlanda y muchos otros más hasta
encontrar lo que buscaba en Anjou...»
De
padre árabe, y del linaje de Salomón, nos habla de su filiación de sabiduría
profética, es decir esotérica, ya que el sabio Salomón, es venerado en el Islam
como gran profeta, y su esoterismo le considera el prototipo de una vía
espiritual vinculada a las ciencias del orden cósmico, las que estudia un «físico», tal y como explica el texto de
Eschenbach. Salomón es el constructor del Templo, al que se vinculan los
constructores y los milites Templi Salomonis, los templarios. Son ya muchos
historiadores los que hablan que detrás de Flegetanis, se halla un libro árabe,
Felek-Thâni. Este libro oculta una
enseñanza secreta, vinculada a la «esfera
segunda» o «segundo cielo
planetario», a la que acceden los Abdâl
(solitarios) Los Abdâl, decía Ibn Arabí, son sólo siete. Por ellos Alláh
vela sobre los siete climas terrestres, a los que corresponde un cielo
planetario. La segunda esfera es Mercurio, y el Polo de este cielo es Aísa (Jesucristo).
El Bâdal que gobierna esta esfera posee el don de escribir, pues del cielo de
Mercurio (al-Kâtib) es de donde le vienen la inspiración a los predicadores y
los escritores, mientras que los poetas la obtienen de las influencias
espirituales de Venus (Zahrah). Los Abdâl, son conocedores de lo que Alláh ha
puesto en los planetas como orden de las cosas y secretos, a saber, en sus
movimientos y sus posiciones en las moradas celestes.[12]
Felek-Thâni, cuyo
autor se nos dice que era profeta, astrónomo y de orientación crística, estaba
particularmente inclinado al Toro, uno de las Cuatro Criaturas Vivientes que
soportan el Trono de Dios, o pilares del mundo. Es decir que su conocimiento
descansa sobre el corazón de Aísa. Ibn Arabí, habla de «Quien hizo descender
las Sabidurías a los Corazones de los Verbos, es decir los Profetas, que son como
Piedras Celestes que llevan las huellas de la Realeza Divina, y que han
descendido para ser engastadas en la condición humana y señalar los ciclos
correspondientes. La «lapis exilit» la piedra en exilio de la que habla el
Parsifal, vista desde los textos de Ibn Arabí, sería «el Sello de la Santidad
Universal» (Khatmu´l –wilayâti´l-ammah) y que no es otro que Aísa, Jesús. La
piedra cuyo nombre leyó Flegetanis, en las estrellas.
Esta
Piedra es custodiada por una Caballería celeste, desconocida para Occidente
aunque fuera cristiana, cuyos lazos esotéricos con el Islam, se gestan con el
viaje de Kyot a Toledo. Y es curioso que aunque Wolfram von Eschenbach, cite a
los personajes con nombres en francés, los lugares que cita reconocibles en el
poema están en la Península.
En
Titurel, Wolfram, nos habla de que es un antepasado de Parsifal que es
originario de Asia, y que se convierte al cristianismo, y que durante el
reinado de Vespasiano se establece en el noreste de España.
Pero retomemos Toledo y
uno de los lugares vinculados al Temple, la Iglesia de San Miguel, que
fue el lugar de una antigua mezquita. Allí en un octágono radiante según dicen
los mejores especialistas en radiestesia, tenemos un octágono y una pila
bautismal… quien sabe quizás sea la copa griálica.
[1] GARCÍA
ATIENZA, Juan, La meta secreta de los
templarios, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 2000, pp. 12 y ss.
[2]
Por tres veces el Corán, libro sagrado de los musulmanes, cita a los “sabeos”,
junto a judíos y cristianos, como monoteístas protegidos por la tolerancia
divina y merecedora de salvación. ¿Quiénes son estos “sabeos”? Se le puede
inscribir como “gnósticos” orientalizantes, pero también asociarlos a la
historia emocionante de la antigua ciudad de Harrán, en el norte de
Mesopotamia, muy cerca de la actual Mossul. Entregada sin resistencia en los
primeros años de la conquista árabe, sólo setenta años más tarde se construyó
en su recinto una mezquita y dos siglos después de la Hégira sus habitantes
seguían sin islamizar, fieles a sus propios cultos y costumbres. Pero, ¿en qué
creían, a qué rendían culto los “sabeos” de Harrán? El llamado “Heródoto de los
árabes”, el historiador Abul-Hassan-al-Mas´udi, nacido en el año 871, los llama
“falasifa” o, lo que es lo mismo, “filósofos” y recuerda que habían erigido
templos en honor de “las sustancias intelectuales” (el Templo de la Causa
Primera y el Templo de la Razón, entre otros) y que en el frontispicio del
edificio donde se reunían figuraba en siriaco una frase de Platón. Esta curiosa
etnia filosófica, residuo de la helenización mestiza de Mesopotamia. La culta
minoría de Harrán jugó un papel decisivo en esa labor de traducción y
aclimatación de la filosofía griega que luego centralizaría al-Ma´mun en la
Escuela de la Sabiduría de Bagdad. Pero su intervención no fue la de un simple
estibador de conocimientos ajenos. Abed Yabri insiste en la fractura geográfica
y política entre dos escuelas o modelos desigualmente fecundos: uno “oriental”
que, rompiendo con el racionalismo original de Al-Kindi y Al-Farabi, acabaría
imponiendo con Avicena un pensamiento “espiritualista y gnóstico”, de
inspiración harraní y persa; y otro “occidental”, localizado en Al-Andalus, que
abriría el camino para el desarrollo de la ciencia con independencia de la
religión y que, tras Abentufail y Avenpace, encontraría su expresión más
estructurada y completa en Averroes. La conclusión de Abed Yabri no puede ser
más provocativa: “Después de Averroes, y tras haber sido introducido el momento
aviceniano en el islam por Algazel y precisamente por habernos aferrado a él,
los árabes nos hemos condenado a vivir fuera de la historia, mientras que los
europeos se aplicaban a vivir la historia justamente por haber tomado de
nosotros el averroísmo y haber vivido ese momento”.
[3] ALMAZÁN
DE GRACIA, Ángel, Esoterismo Templario, Ediciones
Sotabur, Soria, 2003, pp. 48 y ss.
[4] FRANZIUS, Enno, The History of the Orden of Assassins, Funk
and Wagnalis, Nueva York, 1969.
[5] GUENON,
René, Discurso sobre la Iniciación,
encontrado en Internet.
[6] El
ribat, dice Alain Demuger: “es un centro militar y religioso, fortificado,
instalado en las fronteras del mundo musulmán. El servicio es voluntario y
temporal, constituye un acto de ascesis y se considera como un aspecto del
deber de la djihad. Los ribats eran numerosos en España. (…) ¿Se produjo una
difusión de las características del ribat durante a formación de las órdenes
militares y especialmente durante la aparición del Temple en España?”
[7] WASSERMAN, James, The Templars and the Assassins: the Militia
of Heaven, Inner Traditions, Rochester, 2001.
[8] En 1925,
una rebelión de drusos en Damasco provocó que Francia evacuara la ciudad.
[9] MAILLO
SALGADO, Felipe, Vocabularios de Historía
árabe e islámica, Ediciones Akal, Madrid, 1996.
[10] LITTLETON and MALCOR, From Scythia to Camelot, Garland, Nueva
York, 1994
[11] SHAH Idries, The Sufís, Anchor Books, Nueva York, 1964.
[12] IBN
ARABI, Muhyddin, Los engarces de la
sabiduría,