En la Edad Media, la Orden del Temple y la catedral de Santiago de Compostela tenían propiedades en toda Galicia, a veces compartiendo territorios. Durante el proceso contra los templarios en la Corona de Castilla y León, el arzobispo Rodrigo de Padrón emergió como una figura prominente, siendo uno de los principales líderes del procedimiento.
El patrimonio territorial y la autoridad de la catedral de Santiago se remontan al descubrimiento del sepulcro atribuido al Apóstol Santiago en el siglo IX. Desde entonces, monarcas y nobles hicieron donaciones a la iglesia, todas meticulosamente registradas en los archivos catedralicios. Con el transcurso del tiempo, estas posesiones se ampliaron mediante diversas transacciones, incluyendo compras, ventas e intercambios. Durante el reinado de Diego Gelmírez, se especula que se realizó una distribución de estos bienes, jurisdicciones y rentas entre el obispo, quien luego ascendió a arzobispo, y los canónigos. Este proceso marcó un hito crucial en la consolidación del poder económico y territorial de la catedral.
Dentro del dominio territorial de la iglesia de Santiago, se encontraban condados, commissos, terrae e iglesias, entre otros espacios. Estos elementos contribuyeron a la formación de lo que se conoció como la "Tierra de Santiago", cuyas fronteras se extendían a lo largo de los ríos Ulla, Tambre e Iso, con el océano como límite occidental. Sin embargo, a lo largo de la Edad Media, se produjeron incorporaciones de nuevos territorios y cambios que ampliaron sus límites.
La fundación de la Orden del Temple ocurrió más tarde, alrededor del año 1119 en Tierra Santa, con el propósito de proteger y asistir a los peregrinos que viajaban a Jerusalén. Esta institución religiosa fue oficialmente reconocida en el Concilio de Troyes en enero de 1128. Durante la primera mitad del siglo XII, los templarios se expandieron por toda Europa, estableciéndose en diferentes reinos gracias a las donaciones que recibían. En la Península Ibérica, por ejemplo, la reina doña Teresa de Portugal les entregó propiedades en 1128, incluyendo el castillo de Soure. A lo largo de los años, recibieron concesiones de diversos monarcas, como el conde de Barcelona Ramón Berenguer III y el rey Alfonso I "el Batallador" de Aragón. Finalmente, en el reino de Castilla y León, las primeras concesiones fueron otorgadas en los años 1144 y 1146.
En la historia gallega, la presencia de la misteriosa Orden del Temple emerge como un enigma aún por descifrar hasta la segunda mitad del siglo XII. Al igual que los hilos de un tapiz medieval, sus propiedades en estas tierras se entrelazaban con donaciones generosas, transacciones comerciales y una red administrativa tejida con habilidad estratégica.
Las bailías templarias, como Faro, Coia, Lendo, Betanzos y otras, se dispersaban por el reino, dejando su huella en la tierra, especialmente en el norte de Galicia. Sin embargo, en los anales del tiempo, dos de estas bailías, Betanzos y Lendo, parecen desvanecerse misteriosamente de la documentación durante el turbulento proceso contra los templarios en la Corona de Castilla y León.
La desaparición de la bailía de Betanzos se entreteje con intrigantes intercambios de propiedades entre los templarios y el rey Alfonso X el Sabio en 1255, pero el velo del misterio cubre el destino de la bailía de Lendo, cuyo final permanece en la penumbra de la historia, oculto entre las sombras del tiempo.
En el enigmático cruce de caminos entre la Orden del Temple y la venerable catedral de Santiago de Compostela, nos enfrentamos a un misterio envuelto en la bruma del tiempo y la escasez de documentos. Aunque las fuentes que vinculan estas dos instituciones religiosas durante la existencia de la Orden son escasas, encontramos algunas referencias dispersas que arrojan luz sobre su conexión en la segunda mitad del siglo XIV.
Un ligero rastro se vislumbra en documentos del siglo XII, donde el rey leonés Fernando II deja entrever un intrigante intercambio: en 1163 dona la ciudad de Coria a la iglesia de Santiago, pero apenas cinco años después, en 1168, la urbe extremeña cambia de manos en un enigmático trueque por las iglesias de Caldas de Cuntis. Coria pasa así a manos de los templarios, en una concesión que despierta más preguntas que respuestas.
Sin embargo, este vestigio indirecto es todo lo que queda, ya que los registros de las bailías templarias gallegas se han perdido en las brumas del tiempo. Incluso en el Archivo-Biblioteca de la catedral compostelana, donde podríamos esperar encontrar algún indicio, no se ha hallado ningún documento que arroje luz sobre la presencia de esta orden religioso-militar antes de su misteriosa disolución en el año 1312. Ni siquiera en las bulas enviadas por el papa Clemente V durante el proceso contra el Temple se encuentra rastro alguno.
A pesar de los avatares sufridos por el archivo catedralicio compostelano a lo largo de los siglos, desde incendios hasta robos, la ausencia específica de documentos relacionados con esta enigmática orden militar no pasa desapercibida, dejándonos con más preguntas que respuestas en este intrigante capítulo de la historia medieval.
Este enigma se hace aún másintrigante al considerar las interacciones documentadas entre los templarios y otras instituciones religiosas gallegas. Por ejemplo, los monasterios de Sobrado dos Monxes, Ferreira de Pallares y Oseira, así como la Catedral de Lugo, mantuvieron pleitos, firmaron concordias y realizaron compraventas de diversos bienes con la Orden del Temple. Estas transacciones y disputas evidencian una relación activa y tangible entre los templarios y otras entidades eclesiásticas en Galicia.
Resulta, por tanto, aún más curioso que no se haya encontrado ninguna interacción documentada entre la iglesia de Santiago y la Orden del Temple. ¿Acaso existió una relación secreta o simplemente no se ha preservado en los registros históricos? La ausencia de evidencia plantea interrogantes fascinantes sobre la verdadera naturaleza de las conexiones entre estas dos poderosas instituciones en la historia medieval gallega.
En el vasto tesoro del Archivo Histórico Nacional, dentro de la Sección de Órdenes Militares, se encuentra un conjunto de documentos que arrojan luz sobre el intrigante proceso contra los templarios en la Corona de Castilla y León. En estas páginas amarillentas, se despliega el relevante papel desempeñado por el arzobispo compostelano, Rodrigo de Padrón, cuyo nombre resuena como una campana en la penumbra del pasado.
Entre estos documentos, destacan las bulas papales expedidas por Clemente V el 12 de agosto de 1308, que delinean las directrices a seguir durante la investigación de los cargos imputados a los templarios. El sumo pontífice ordenó la incautación de todos los bienes de la orden, que pasaron a ser administrados por los arzobispos de Toledo y Santiago, así como los obispos de Palencia y Lisboa, principales artífices del procedimiento.
Sin embargo, la magnitud del patrimonio templario era un misterio, y Clemente V instó a los mencionados prelados a llevar a cabo una exhaustiva investigación en sus respectivos territorios, seguida de la elaboración de inventarios detallados de todas las propiedades de la orden. Aunque algunos de estos documentos sobreviven, en su mayoría provenientes de la provincia eclesiástica de Toledo, no se ha encontrado ningún registro similar en territorio gallego. ¿Por qué esta ausencia? ¿Acaso nunca se llevaron a cabo tales investigaciones, o simplemente se han perdido en las brumas del tiempo?
Además, entre estos fascinantes pergaminos, se encuentra una citación emitida por el arzobispo compostelano Rodrigo de Padrón el 3 de abril de 1310, convocando a los templarios en Medina del Campo. Este encuentro, grabado en la memoria de la historia, arroja destellos de luz sobre un capítulo oscuro y enigmático en la saga de la Orden del Temple.
Ante el enigma de la ausencia de documentos templarios en el territorio gallego, surge una pregunta intrigante: ¿Por qué los registros conservados en el Archivo Histórico Nacional parecen originarse principalmente en la catedral de Toledo? ¿Acaso la capital castellana tenía un papel más prominente en el proceso contra los templarios que la propia Galicia?
Una teoría sugerente se despliega ante nuestros ojos: es posible que el arzobispo compostelano, al expedir la citación para comparecer en Medina del Campo, haya enviado una copia a su homólogo toledano. ¿Podría esto explicar por qué encontramos este documento entre los archivos de Toledo? ¿Fue este gesto una muestra de colaboración entre las dos prominentes sedes eclesiásticas, o más bien una mera formalidad protocolaria?
Y mientras las sombras del tiempo oscurecen gran parte del legado templario tras su disolución en 1312, un testimonio emerge como un destello en la penumbra histórica. El monarca castellano-leonés, Enrique II, otorga una donación al cabildo catedralicio en 1371, transfiriendo todas las heredades, rentas y derechos que anteriormente pertenecieron a la Orden del Temple en Tierra de Salnes, Moraña y el Coto de Arcos de Condesa. ¿Qué secretos guardaban estas tierras templarias? ¿Qué destino les deparaba bajo la nueva merced del monarca?
En este intrincado tapiz de la historia medieval, cada pieza hallada arroja más interrogantes que respuestas, y nos invita a adentrarnos en los enigmas y misterios de un pasado fascinante y evocador.
Así, hacia finales del siglo XIV, la iglesia de Santiago de Compostela hereda antiguas posesiones templarias ubicadas en la Comarca do Salnés, dentro de los límites de su archidiócesis. Con estos preciados bienes en su poder, el cabildo compostelano toma la decisión de crear una nueva tenencia, una unidad administrativa compuesta por diversos activos bajo la autoridad de un canónigo, conocida como la Tença do Temple. Este nombre evoca claramente a los antiguos dueños de estas tierras y propiedades templarias.
Sin embargo, este breve capítulo en la historia administrativa de la iglesia compostelana parece destinado a ser efímero. A pesar de su breve existencia, la Tença do Temple deja una marca en los registros históricos. A finales del siglo XV, en los Libros de Tenencias, ya no se hace mención alguna a esta circunscripción. ¿Qué acontecimientos llevaron al rápido ocaso de esta entidad administrativa? ¿Fue absorbida por otras estructuras eclesiásticas o desapareció en la bruma del tiempo, dejando tras de sí solo vestigios en los anales de la historia local?
En los intrincados laberintos de la historia medieval gallega, se despliegan ante nosotros las sombras del pasado, tejiendo una red de intrigas y secretos que aún aguardan ser desvelados. Entre estas telarañas de misterio, las propiedades templarias en la archidiócesis compostelana ocupan un lugar destacado. Dentro de esta vasta jurisdicción eclesiástica, las bailías de Lendo, Betanzos y Faro se alzaban como guardianas de antiguos privilegios y derechos, administrando pequeñas parcelas de tierras agrícolas bajo su manto protector.
Pero es en el corazón de la ría de A Coruña donde la historia revela uno de sus más enigmáticos enigmas. En las orillas de este majestuoso estuario, dos villas con distintos señoríos coexistían en una danza de poder y misterio. En la orilla izquierda, O Burgo de Faro Vello, antigua posesión de la iglesia compostelana; en la orilla derecha, emergiendo como un fénix de las profundidades del tiempo, se alzaba O Burgo de Faro Novo, cuyo destino se entrelazaba con el de la Bailía de Faro, recién establecida por los templarios.
Los primeros pasos de esta danza histórica los dio la catedral compostelana, que desde tiempos inmemoriales había extendido su influencia sobre estas tierras. Documentos del siglo XII revelan la concesión de tierras por parte de los monarcas de la época, como el Commiso de Faro otorgado por Vermudo II en el año 991, o la porción del Burgi de Faro concedida por Fernando II en 1161. Pero es en este crisol de historia y leyenda donde los templarios dejan su huella. En 1181, una misteriosa referencia al "Burgum Fari Templi" nos sumerge en la neblina del pasado, sugiriendo la presencia temprana de la Orden en este enclave estratégico.
Pero el verdadero misterio se despliega en el año 1200, cuando los documentos nos hablan de "in burgo de Faro novo", indicando que la villa ya había cobrado vida propia, tejiendo sus propios secretos en los oscuros callejones de la historia. ¿Qué acontecimientos ocultos se desplegaron en estas tierras, habitadas por las sombras de dos villas rivales y el misterioso poder de los templarios? En los confines de la memoria histórica, las respuestas aguardan, como tesoros enterrados en las profundidades del tiempo, ansiosas por ser desveladas por los intrépidos buscadores de la verdad.
En el intrincado tapiz de la historia, cada palabra escrita se convierte en un enigma por descifrar, un puzle cuyas piezas se entrelazan en un juego de luces y sombras. En el caso del mencionado decreto de 1161, una intrigante referencia nos sumerge en un mar de conjeturas y teorías.
La mención de un nuevo puerto en el recién erigido Burgo de Faro, atribuido a aquellos "menos sabios y no amigos de la iglesia", plantea una serie de interrogantes sobre su origen y propósito. ¿Acaso este puerto fue erigido por los templarios, con la intención de expandir sus redes comerciales en la región? Si bien no podemos descartar otras interpretaciones, esta hipótesis parece ganar terreno en la búsqueda de respuestas.
La expresión "minus sapientibus", ¿acaso se refiere a la catedral de Santiago? Parece improbable. Es más plausible que aluda a los intereses económicos en juego, especialmente los de la iglesia compostelana, cuyas ganancias podrían haberse visto mermadas con la aparición de este nuevo puerto.
Además, la teoría sugerida por Carlos Estepa Díez nos invita a retroceder en el tiempo, aproximadamente veinte años, para entender el origen de una bailía documentada. Si seguimos este razonamiento, la primera mención de la bailía en 1181 nos transporta al año 1161, lo que refuerza la posibilidad de una conexión entre los templarios y la construcción del puerto.
Sin embargo, como en toda buena historia, los giros inesperados no tardan en aparecer. A principios del siglo XIII, el rey Alfonso IX decide fundar una villa en Crunia, a las puertas de la ría. Con este movimiento estratégico, busca consolidar un nuevo núcleo urbano, desplazando los poderes establecidos en el Burgo de Faro hacia este nuevo enclave. La catedral de Santiago, entre otros, acepta esta propuesta con una condición: si la nueva villa fracasa, recuperará sus derechos y posesiones en el antiguo Burgo de Faro Vello.
Este relato histórico, marcado por intrigas y decisiones políticas, nos sumerge en un viaje a través de los laberintos del poder y la ambición, donde cada paso revela nuevas capas de significado y cada palabra escrita encierra un secreto por descubrir.
En cambio, Alfonso IX optó por adquirir los derechos sobre algunas de las posesiones de la orden en este enclave estratégico.
Los detalles de esta transacción se pierden en las brumas del tiempo, ya que el documento de venta que lo registraba no ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo, registros posteriores arrojan luz sobre este intrigante episodio. En el año 1235, Fernando III el Santo, alarmado por las quejas de las infantas Sancha y Dulce sobre la construcción templaria del nuevo Burgo de Faro, envía una carta al comendador de la Bailía de Faro, solicitando el desmantelamiento de la villa en cuestión.
A pesar de esta solicitud inicial, parece que los templarios hicieron caso omiso a la orden real. En ese mismo año, el monarca vuelve a instarles a destruir el núcleo urbano, amenazando con enviar a los alcaldes coruñeses para deshacer todo lo construido después de la adquisición de su padre. Sin embargo, esta petición también fue ignorada, como demuestra un nuevo intento de demolición en 1286 por parte de Sancho IV.
Finalmente, tras la disolución de la Orden del Temple en 1312, la Bailía de Faro y el Burgo de Faro entraron en un lento declive. Este episodio, marcado por conflictos y desafíos, ofrece una ventana única hacia el pasado, donde las intrigas políticas y las ambiciones de poder se entrelazan en una danza eterna de triunfos y tragedias. En las ruinas de Faro, perdura el eco de una época en la que los destinos de reyes y caballeros se entrelazaban en un tejido de historia y leyenda.
En el vasto territorio de la "Tierra de Santiago", se observa un curioso vacío de bailías templarias, como podemos apreciar en el mapa adjunto. Sin embargo, este aparente silencio administrativo no descarta la presencia de los templarios en la región. Es posible que la orden haya poseído algunas propiedades dispersas, conformadas por pequeñas unidades de tierra destinadas a la producción agrícola.
Además, un intrigante hallazgo en el Libro Antiguo de Tenencias del Cabildo Compostelano, datado en 1352 y custodiado en el Archivo-Biblioteca catedralicio, arroja luz sobre este enigma. En este documento se menciona una casa habitada por Elvira Pérez, que actualmente es residencia de Pedro González, correo, y su esposa Catalina. Esta casa, ubicada en el cruce de la Rua do Canal, posee dos medianeras que alguna vez pertenecieron a la Orden del Temple.
Este fragmento nos transporta a las estrechas callejuelas de la historia, donde cada piedra guarda secretos milenarios. La propiedad pertenecía a l Tenencia de la Carcazia, cuya ubicación exacta, ya sea en Santiago de Compostela o en Padrón, aún es motivo de debate entre los historiadores. Sin embargo, lo que sí está claro es el peso de este enclave en la historia de la región.
Un aspecto igualmente fascinante es el papel desempeñado por la Orden del Temple durante la primera mitad del siglo XII, cuando los papas les otorgaron tres importantes comunicaciones. La primera de ellas, la Omne datum optimum, emitida por Inocencio II en 1139, les confirió una serie de privilegios, incluido el derecho a tener sus propios sacerdotes, estableciendo así una relación directa con el Sumo Pontífice.
La bula Milites Templi, promulgada por Celestino II en 1144, ordenaba al clero proteger al Temple y a los fieles contribuir a su causa. Por su parte, la tercera comunicación, Militia Dei, expedida por Eugenio III al año siguiente, autorizaba a los templarios a cobrar diezmos y a establecer sus propios cementerios e iglesias. Estos privilegios, aunque otorgados por el Papa, no fueron bien recibidos por muchos prelados, ya que competían directamente con sus propios poderes y prerrogativas.
Es posible que esta situación haya influido en la reticencia del arzobispo y el cabildo compostelano a permitir la presencia de la orden religiosa-militar en la "Tierra de Santiago". De hecho, un documento del año 1244 revela que el obispo de Lugo tuvo enfrentamientos con los templarios asentados en su territorio debido a los privilegios y derechos a los diezmos que poseían ambas instituciones. Este conflicto finalizó con la firma de una concordia, aunque las tensiones persistieron durante mucho tiempo.
Así, en este complejo entramado de privilegios, poderes y rivalidades, se entreteje la historia de una época marcada por la lucha por el dominio espiritual y temporal en las tierras gallegas.
En este oscuro escenario de intrigas y poder, emerge la figura del arzobispo compostelano Rodrigo de Padrón, un hombre cuyo papel en la historia ha sido eclipsado en gran medida por las imponentes figuras de Diego Gelmírez y Berenguel de Landoira.
Rodrigo de Padrón, una pieza clave en los enredos de la Corona de Castilla y León a principios del siglo XIV, desplegó una labor de coordinación y, en ocasiones, de arbitraje durante la minoría de edad del joven rey Alfonso XI. En un período turbulento, marcado por las luchas por la regencia entre los parientes del monarca, el arzobispo logró sofocar las tensiones nobiliarias que amenazaban las propiedades y privilegios de la catedral.
Su participación en el proceso contra los templarios no se limitó a un mero papel nominal. Cumpliendo con las órdenes del Papa, el 8 de abril de 1310 emitió un documento convocando a los templarios castellano-leoneses a comparecer el 27 de ese mismo mes en Medina del Campo. En este documento se incluía un detallado listado de los templarios del territorio de la corona, indicando además a qué unidad administrativa pertenecían. Esto nos lleva a preguntarnos si el arzobispo realizó previamente una investigación exhaustiva para recopilar esta información.
Posteriormente, Rodrigo de Padrón organizó el concilio provincial que se llevó a cabo en Salamanca el 21 de octubre de 1310. A este importante encuentro asistieron obispos de diversas diócesis, desde Zamora hasta León, e incluso representantes portugueses de Lisboa y Guarda. Todos estos prelados, en un unánime veredicto, fallaron a favor de la Orden del Temple, considerándola inocente de los cargos que se le imputaban. Aunque las actas de este crucial sínodo se han perdido en el transcurso del tiempo, su veredicto ha sido preservado en la memoria histórica a través de noticias posteriores.
Rodrigo de Padrón, en su incansable papel como actor histórico, no solo desplegó su influencia en los concilios locales, sino que también participó en eventos de trascendencia internacional. Uno de los hitos más destacados fue su asistencia al Concilio de Vienne en 1312, donde Clemente V emitió las bulas Vox in excelso y Ad providam vacarii Christi, disolviendo la Orden del Temple y transfiriendo sus bienes a la Orden de San Juan de Jerusalén, con excepción de aquellas propiedades situadas en los reinos hispánicos, cuyo destino quedó pendiente de decisiones pontificias posteriores.
Esta situación generó un complejo escenario político en la corona castellano-leonesa, marcado por la minoría de edad del rey Alfonso XI y una lucha entre la nobleza y la familia real por el control de la regencia, donde Rodrigo de Padrón se erigió como un árbitro crucial.
Sin embargo, el continuo silencio y la falta de respuesta por parte de la corona castellano-leonesa frente a las cartas del Papa llevaron a Juan XXII a tomar medidas firmes. El 14 de marzo de 1319, promulgó la bula Inter cetera mundi, en la que cedía los bienes templarios en Castilla y León a la Orden de San Juan de Jerusalén.
Ante esta determinación papal, los dirigentes hospitalarios instaron al monarca a cumplir con los mandatos pontificios. Alfonso XI, en acuerdo con sus regentes, ordenó la traducción al romance del documento papal y dispuso que las antiguas posesiones templarias fuesen transferidas a la Orden de San Juan de Jerusalén, manteniendo la corona el señorío real, la jurisdicción, la justicia y los derechos previos en esos dominios, tal como estaban cuando pertenecían a la desaparecida orden religiosa.
La sucesión de Rodrigo de Padrón en la mitra de Santiago trae consigo la llegada de Berenguel de Landoira en 1317, designado por el Papa Juan XXII y vinculado estrechamente en amistad con su predecesor. Sin embargo, la trama se complica aún más con la figura de Berenguel, especialmente en lo que respecta al espinoso asunto de la adquisición de los bienes templarios por parte de los sanjuanistas.
Resulta llamativo que, a pesar de la documentación
conservada en otras instituciones, el Papa en ciertas ocasiones haya confiado
en Berenguel para resolver los conflictos que el Hospital tenía al intentar
obtener el control de las propiedades de la Orden del Temple.
En un intrigante giro de los acontecimientos, el sumo pontífice envía el 1 de mayo de 1320 una serie de cartas a los líderes de las órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara, desestimando sus quejas y ordenándoles entregar los bienes templarios en su posesión a los sanjuanistas. En estas comunicaciones, también instruye al arzobispo de Santiago y a los obispos de Tui y Córdoba para que declaren excomulgados y sujetos a otras penas a quienes se resistieran a cumplir con esta orden papal.
En este breve análisis, nos encontramos ante un misterio histórico que despierta la curiosidad de cualquier investigador avezado. ¿Cómo es posible que en medio del esplendor del Temple y la magnificencia de la iglesia compostelana haya un vacío documental tan notable?
Nos sumergimos en un mundo de intrigas feudales y disputas de poder entre dos instituciones poderosas, donde cada pergamino es un tesoro por descubrir. ¿Hubo acaso conflictos encubiertos entre la Orden del Temple y la catedral de Santiago, o es simplemente un silencio cargado de significado?
La escasez de propiedades templarias en la Tierra de Santiago nos invita a reflexionar sobre las relaciones de poder en la Edad Media, donde la fe y la política se entrelazaban en un complejo tapiz de intereses.
Este artículo no pretende ser la última palabra, sino el inicio de una apasionante investigación que nos llevará a desentrañar los enigmas ocultos tras los muros de piedra y los pergaminos antiguos.
BARQUERO GOÑI, Carlos, «El conflicto por los bienes templarios en Castilla y la Orden de San Juan», En la España Medieval, nº16, 1993, pp. 37-54.
BOUZON CUSTODIO, Almudena, «Las donaciones reales: El uso político de los bienes de la Orden del Temple en el siglo XIV», Roda da Fortuna: Revista Electrônica sobre Antiguidade e Medievo, 2017 1-1, pp. 185-209. ( Recomendamos todas sus investigaciones)
FITA, Fidel, «Coria compostelana y templaria», Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. 61, 1912, pp. 346 — 351.
PICALLO FUENTES, Héctor, «Documentos para a historia da Orde do Temple nas
comarcas de Moraña, O Salnés e o Couto de Arcos da Condesa», Boletín de Estudios
de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria de Galicia, nº2, 2003, pp. 349-353.
REY CAIÑA, José A. y RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Carlos, «Benedictinos y Templarios
en Guntín (S. IX-XVI)», Actas de II Coloquio Galiaco-Minhotol, vol. I, 1985, pp. 233-
254.
REY CAIÑA, José Ángel, «Los Templarios en tierras de Lugo», Coloquio Galaico-
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REY SOUTO, Javier A., «Los templarios y el Cabildo de Santiago: a Tenza do Temple»,
Las Ordenes Militares en la Península Ibérica, Universidad de Castilla y la Mancha,
Cuenca, 2000, vol. I, pp. 755-767.